14ª Muestra de cine de Lavapiés

 

Cuando me cuentas tu vida, no es tu vida lo que me cuentas, sino un fragmento de la
mía que yo ignoraba hasta ahora
” (Jean Genet).

El cartel de la Muestra de este año lo ha hecho Margarita Gurruchaga, una mujer que vive en Cantabria y que habrá visitado Lavapiés dos o tres veces, de cañas y tapeo. Cuando lo vimos, cuando lo han visto el resto de las vecinas, tuvimos la sensación de que había captado perfectamente... todo: la tristeza y la esperanza, el presente y la imagen del pasado, nuestras inquietudes por el devenir de estas calles y plazas que adoramos y que vemos cambiar día sí y día más. No le dimos ninguna indicación, ninguna directriz. Y nos preguntábamos por qué vía, desde una vida distinta y lejana, se nos ha devuelto con creces nuestra propia vida. La única pista: es una amiga de la Muestra.
 
Otros amigos han fallecido este año, entre ellos Ion Arretxe, que traía sus películas bajo el brazo para mostrárnoslas, que preguntaba siempre qué más podía hacer; y Jordi Abusada, maestro y amigo de algunas de nosotras. Y Stefan, y María, y Rosa, que siempre contaba cuántas mujeres había en el programa, espectadoras críticas y entusiastas durante años. Este año inauguramos con un homenaje a Ion que es también, en el fondo, un homenaje a todas las amigas de la Muestra. A las que, por razones diversas, ya no están junto a nosotras y a las que siguen ahí, año tras año. 
 
Suena tan retórico como banal y duele no encontrar las palabras que lo hagan más
cierto, más real: de lo único de lo que no podríamos prescindir en la Muestra es de los amigos. Porque detrás de cada cachivache, de cada espacio, de cada película, de cada evento... hay muchas personas que, con el tiempo, se han ido incorporando a la Muestra como amigas. Algunas de ellas figuran con su nombre en los agradecimientos, pero son muchas, muchísimas más y a muchas ni siquiera las conocemos. 
 
Bajamos a proyectar al solar, sobre el eco de los otros solares amigos que tampoco están ya. Y se acercan vecinas mayores, como la mujer del cartel, que nos cuentan que antes también se hacía así, que se bajaban las sillas a la fresca para ver una película. Les preguntamos: ¿Quién ponía la película? ¿Quién bajaba las sillas? ¿Qué películas se ponían? En la oscuridad de la memoria se han olvidado estas cosas, como si fuera lo de menos. Hoy no se sacan sillas, dicen. Hoy las sillas las ponen las terrazas de los bares y el ayuntamiento. Pero, aunque nuestro gesto se perciba únicamente como un gesto antiguo, como una recuperación de una esencia que igual nunca fue tal, nosotras sabemos en el fondo que esto no es así. Para nosotras es importante saber y recordar quién baja las sillas, quién trae la película, qué películas se ponen. Nuestras sillas y nuestras películas son el lugar donde confraternizan y charlan a la fresca los amigos que ya no están y los amigos que están, donde se urden alianzas inesperadas, donde se confabulan las batallitas del pasado y las pataletas del presente.
 
Las películas van a buscar el presente, como quien explora un océano. En Un amor de verano, las mujeres militantes de 2016 se disfrazan para encarnar a las mujeres militantes de hace cuatro décadas y así recuperan en sus cuerpos las formas de lucha pasadas. En Toni Erdmann un padre, miembro de esa misma generación sepultada por la nostalgia y por sus contradicciones, decide encarnar una parodia de su contemporaneidad para desvelarle a su hija caminos que como padre no habría podido contarle, renunciando al vínculo familiar que lo hubiera anclado definitivamente al pasado. Las mujeres jóvenes de Otra montaña atraviesan toda Turquía en busca de la mujer mayor que puede confirmar o no si las cosas fueron como las soñaron.
 
Las películas navegan entre el pasado y el futuro como navegan pacientemente el Amazonas las mujeres de Yaku Chaski, buscan cómo cristalizar la herencia ideológica en odres nuevos, como La lucha en el camino, transportando sentidos como se transporta un cadáver por las laderas del Atlas (Mimosas). Nos cuentan cómo fueron las cosas, ya sea el melancólico poso franquista de La ciudad del trabajo, el pasado más heroico de Lo que hicimos fue secreto o la brillante genealogía de la posverdad que Adam Curtis hace aparecer ante nosotras en Hypernormalisation.
 
Las películas se debaten entre quedarse fijas en el pasado y salir a nuestro encuentro. En Cameraperson, Kirsten Johnson teje imágenes de medio mundo como si quisiera alimentar con ellas la memoria vacilante de su madre enferma, como Gurumbé: canciones de tu memoria negra busca nutrirnos con las imágenes de un pasado que no podríamos recordar porque nunca nos lo contaron. La fiereza con la que Emily Dickinson defiende en Historia de una pasión su derecho a permanecer en su familia y a no fundar otra se alía con la obstinación de Pepe y Antonio en inventar familias nuevas en Vivir y otras ficciones.
 
Remembrance has a rear and front,—
’Tis something like a house;
It has a garret also
For refuse and the mouse,
 
Besides, the deepest cellar
That ever mason hewed;
Look to it, by its fathoms
Ourselves be not pursued 
 
Emily Dickinson
 
(Tiene el recuerdo un frente y una trasera / es algo así como una casa; / tiene también un chiscón / para los trastos y el ratón./ Además, el sótano más profundo / que albañil cavó jamás; / atención, que con sus brazas / no nos corteje.)